viernes, 2 de septiembre de 2011

Viena...

De repente un día se te ocurre pedir una beca de idiomas... sabes que no puedes optar a la de inglés, asi que decides pedir una beca para un tercer idioma. Francés o alemán, son las posibilidades. Y a pesar de que has estudiado francés durante seis años, eliges alemán. Porque sientes el deseo, la necesidad, de aprender esa lengua. Y más aún si es en Viena, ciudad enormemente ligada a lo que estás estudiando, a lo que es tu vida. Es una suma de factores que te llevan a cometer esa locura. Piensas que tu profesora de francés te matará, pero que luego comprenderá que es importante para ti.

Sabes que la beca la conceden según la nota media, y sabes que tienes muchas posibilidades, pero no te quieres confiar. Aunque hay una parte de ti que ya se está haciendo ilusiones meses antes, pero otra que te dice que estés tranquila y no pienses hasta que no sepas nada seguro.

Y así es, te la conceden.

Las posibilidades son cualquier ciudad de lengua alemana. Cuando pensé en pedir la beca, pensé en Munich. También pensé Hamburgo. Pero cuando vi que Austria también entraba dentro de las posibilidades, todas las ciudades del mundo se borraron de mi cabeza. No existía otra más que Viena. Era Viena. Wien, Jetzt oder Nie (Viena, ahora o nunca), eslógan de la oficina de información turística de la ciudad.

Es un mes viviendo en Viena. Viviendo Viena.

Son muchos los miedos. Coger un avión sola, hacer escala sola (o, como finalmente ha sido, aterrizar en Bratislava sola para tener que llegar hasta Viena...), ir a un Austria apenas sabiendo cuatro cosas de alemán. Muchas esperanzas (sobre todo que entendieran inglés). Y además de los miedos a lo desconocido, miedo en algunas situaciones, como "no me mandan el cupón que tengo que mandar al ministerio para que me den la beca!" o salir con tu madre de noche dirección Aeropuerto de Málaga y de repente ver un cartel que dice "Provincia: Córdoba" y saber que te has equivocado, sin saber por qué, y pensar que puedes perderlo todo.

Llegar aquí y coger el tranvía equivocado, pero una señora que solo habla alemán te ayuda, y sin saber como entiendes lo que te dice.

Salir a dar tu primer paseo por Viena. Echarte el plano al bolso. Empezar a andar por Mariahilferstrasse. Y es como si ya lo conocieras. Sigues andando, llegas a Museumsquartier, Maria Theresia-Platz, no necesitas el plano. Cruzas la calle, ves unos jardines y crees que es Burggarten. De repente, una cancela abierta, y, sorpresa, la soñada estatua de Mozart con la clave de sol floral, esa que intentabas ver sin éxito desde Googleearth, que parecía que estaba escondida en una esquinita del parque, y verla ahí, tan visible desde la calle, y saber que la vas a volver a ver cada día.

Tu primer día de clase, tienes el exámen de nivel, has estudiado algo de alemán por tu cuenta durante un mes y medio, y consigues que no te pongan en el nivel más bajo si no en el siguiente. De repente te sientes orgullosa de ti misma. Hasta que tienes tu primera clase, y ves que no comprendes nada, parece que todos los compañeros saben más que tú. Sabes que el otro nivel era bajo, pero este te parece alto, asi que te sientes confundido, pero también agradecido de que hayan confiado en ti para estar en ese nivel, y piensas que es una oportunidad que hay que aprovechar, aunque tengas que poner mucho de tu parte y estudiar bastante cada día para poder estar a la altura.

Mucha gente se cruza en tu camino. Gente con la que compartirás dos semanas, gente con la que compartirás una, gente con la que compartirás varios días, un día, una tarde, una hora... De cualquier lugar del mundo, gente que sabes no volverás a ver, por desgracia. Y con la que a veces compartes algún idioma, y a veces no, pero sin quererlo, de alguna forma, te comunicas.

Primeras impresiones, lugares que poco a poco se van haciendo familiares, lugares escondidos que de repente descubres, leer algo en alemán y comprender lo que dice, son pequeños placeres con los que vives cada día.

Y así cada día. Ver Viena, dar clase, disfrutar de las profesoras y los compañeros, disfrutar de tus compañeros de residencia en los momentos que estás con ellos, disfrutar de los momentos que estás solo. Reflexionar, encontrarte a tí mismo cuando estabas perdido. Reír y llorar. Es todo en muy poco tiempo. Conocer gente cada día, algunos con los que charlas un rato y ya no vuelves a verlos. También personas que comparten contigo sus impresiones estando en museos, en palacios, en parques...

Nunca lo has visto todo. Ves cosas que no esperabas ver, pero también había cosas que esperabas ver y no ves.

Viena es una ciudad diferente para cada uno. Mientras tu no concibes ir a Viena y no visitar el Belvedere, hay quien no concibe no visitar el Museo de Guerra. Viena es una ciudad para cualquiera. Para mayores y para niños. Para músicos, para arquitectos, para pintores, para poetas... para SOÑADORES.

Y vas acordándote de mucha gente mientras estás allí. Te acuerdas a cada momento de tus compañeros de universidad, te encantaría compartir los momentos musicales con ellos.
Y también de tus demás amigos, de tu madre, con quienes te gustaría pasear por allí, compartir cada experiencia.

Vuelves a casa, y parece que nada hubiera cambiado. Sigues haciendo las mismas cosas... pero hace un mes te fuiste a otro país, con la maleta cargada de ilusiones, y ahora la has traído cargada de recuerdos. Viena estará siempre ahí, en tu corazón.



1 comentarios:

Dani dijo...

Que bonito :) Y que identificado!

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